La intolerancia a la lactosa es un problema de salud que, según la Fundación Española del Aparato Digestivo, afecta a una de cada tres personas en nuestro país y muchas de ellas están sin diagnosticar.
¿Por qué se produce la intolerancia a la lactosa?
La lactosa es un azúcar presente en la leche. Es una molécula imprescindible para que nuestro organismo pueda obtener energía y, además, facilita la absorción de otras sustancias como el calcio, la vitamina D, la vitamina B2, el magnesio o algunas proteínas.
La lactasa es la enzima que se encarga de “romper” la molécula de la lactosa en dos componentes básicos para que puedan ser absorbidos por la pared intestinal y pasar a la sangre. Cuando no hay suficiente enzima lactasa en el intestino delgado para romper toda la lactosa es cuando se producen los problemas de intolerancia.
¿Cuáles son los síntomas?
Dolor, espasmos digestivos, gases, ruidos intestinales, náuseas o vómitos, son algunos de los síntomas que provoca la intolerancia a la lactosa. Al fermentar, los azúcares que no han sido digeridos forman ácidos y gases que ocasionan molestias a lo largo de todo el tubo digestivo.
Además, la alta concentración de lactosa arrastra líquido hacia el intestino delgado provocando diarreas. En algunas personas, si la diarrea es aguda impide una adecuada absorción de determinados nutrientes (vitaminas y minerales) porque son eliminados con demasiada rapidez.
Con el tiempo pueden aparecer otros síntomas como cansancio, pérdida de peso, retraso del crecimiento, niveles de hierro bajos, mareos, pérdida de concentración, dolor muscular, úlceras bucales, etc.
¿Qué tipos de intolerancia existen?
Intolerancia primaria (genética e incurable) Es la más común. Se debe a la pérdida progresiva de la producción de lactasa, con lo que las personas que la padecen van notando cómo la ingesta de leche cada vez les causa más síntomas.
Intolerancia secundaria (temporal y curable) La causa una determinada patología que daña el intestino delgado (gastroenteritis, toma de determinados medicamentos, colon irritable, etc.) Se suele corregir una vez que se soluciona el problema que lo origina, ya que la mucosa intestinal se puede regenerar.
Intolerancia congénita (de nacimiento e incurable) Es una forma muy rara de intolerancia que implica la ausencia completa de la producción de lactasa. Hay muy pocos casos en el mundo.
¿Todas las personas sufren el mismo grado de intolerancia?
Hay personas que no muestran síntomas en toda su vida si no sobrepasan una determinada cantidad de lactosa al día. Así, hay quienes toleran perfectamente los quesos (que contienen muy poca lactosa si son curados) o los yogures (donde gracias a sus bacterias parte de la lactosa se ha convertido en ácido láctico). Algunas personas pueden digerir sin síntomas hasta 12 g de lactosa (equivalente a un vaso de leche), sin embargo, otras pueden tener efectos adversos con simples trazas.
¿Qué hago si tengo intolerancia a la lactosa?
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Cambia tu dieta. Evita los alimentos que contienen lactosa, principalmente productos lácteos. Las bebidas vegetales son una buenísima alternativa para desayunos, meriendas o la elaboración de batidos.
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Es conveniente ingerir alimentos ricos en calcio como espinacas, tofu, judías, brócoli, col, etc.
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El no consumir lácteos puede provocar insuficiencia de calcio, vitamina D, vitamina B2, vitamina A y proteínas. Si no se corrige con la dieta es aconsejable suplementos nutricionales que eviten dichas carencias.
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Exponte moderadamente al sol para favorecer la absorción de vitamina D.
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Detente a leer correctamente el etiquetado de los alimentos. Hay muchos a los que se les agregan lácteos en su proceso de elaboración en forma de suero, fermentos lácticos o proteínas en cantidades muy variables. Mantente alerta con panes, cereales para desayunos, sopas, puddings, croquetas, pizzas, embutidos, platos precocinados, margarinas, salsas o golosinas. La lactosa también se puede encontrar como excipiente en algunos medicamentos.