Aunque nos separen de ella cientos de miles de kilómetros, la luna ejerce una poderosa influencia sobre muchos aspectos de nuestro día a día.
La atracción gravitatoria de la luna con la tierra juega un papel fundamental sobre las mareas marinas. La luna atrae el agua provocando el ascenso y descenso del nivel del mar.
Con la luna llena y la luna nueva, la luna y el sol se alinean con la tierra y se produce una mayor atracción sobre el agua y se producen las mareas vivas. Por el contrario, cuando la luna, la tierra y el sol forman ángulo recto se producen las mareas muertas o menores.
Ya lo dice el refranero popular, Si quieres que crezca más, en la luna llena lo has de podar. Y es que la fuerza gravitatoria de la luna interviene en el movimiento de la savia de las plantas y la germinación de las semillas. Esas teorías apuntan a que en luna menguante se deben sembrar las plantas de las que aprovechamos su raíz y los tubérculos, mientras que en cuarto creciente, es aconsejable hacerlo con las que crecen sobre la tierra. Las fases de la luna, junto con los movimientos de otros astros, son una de las bases de la denominada “Agricultura Biodinámica” Cuando sembrar, podar y recolectar.
Esa fuerza gravitacional está, para algunos, detrás del crecimiento del pelo. Aunque para muchos la conexión no existe, otras personas tienen muy en cuenta el calendario lunar para cortarse el pelo o depilarse. Si el objetivo es que el pelo crezca rápido, hay que cortarlo en luna creciente, y en menguante si llevamos el pelo corto y queremos mantener el corte más tiempo.
Un estudio de la Universidad de Washington concluyó que los días de luna llena la actividad relacionada con el sueño profundo disminuye, y ya en los días posteriores nos cuesta más conciliar el sueño y, además, se duermen menos horas.
La luna ha sido el referente para establecer los calendarios de las diferentes civilizaciones y religiones. ¿Sabías qué la celebración de Semana Santa la fija la primera luna llena tras el equinoccio de primavera? De acuerdo con lo establecido en el año 325 en el Concilio de Nicea, el primer domingo después de esa luna es el Domingo de Resurrección.