Actualmente existen 1.900 millones de personas en el mundo que viven con sobrepeso y 800 millones que sufren obesidad. Las personas que viven con este problema de salud, tienen el doble de posibilidades de sufrir complicaciones que requieran hospitalización si se contagian con la Covid-19; las personas que sufren obesidad tienen el triple de riesgo de sufrir síndrome metabólico, y este riesgo se multiplica hasta 8 veces más si estas personas viven con obesidad desde la edad infantil.
Es importante concienciar sobre el problema de la obesidad, en especial por este último dato, porque el 54% de la población mundial menor de 16 años padece sobrepeso.
La obesidad es una situación fisiopatológica que consiste en un exceso del tejido adiposo que se acumula de forma perjudicial para la salud.
La obesidad se diagnostica en base a la medición de ciertos parámetros:
IMC (índice de masa corporal): Esta medida se calcula dividiendo el peso en kilogramos entre la estatura en metros al cuadrado.
Se estipula que un IMC entre 19 y 24 se traduce en “normo-peso”, entre 25 y 35 existe sobrepeso, y con un IMC mayor de 35 tendríamos un individuo con obesidad.
Este parámetro es sólo válido para adultos de mediana edad, ya que se utiliza desde principios del siglo XIX como medida estadística pero no como indicador del tejido adiposo que tiene un individuo. De hecho, no es hasta 1985 que se comienza a establecer como un factor de diagnóstico, cuando la obesidad comienza a ser un problema de salud pública en el mundo, por encima incluso de la desnutrición de los países pobres.
Debido a las limitaciones de este valor para identificar la obesidad, actualmente se miden también el índice de cintura-cadera (ICC) y el porcentaje de tejido graso a través de técnicas como la tomografía axial o la bioimpedancia.
Para hombres, se considera que a partir de 102 cm de cintura y 30% de grasa respecto del peso corporal es excesivo, y en mujeres a partir de 88 cm de cintura y 40% de masa grasa.
La obesidad no es un problema estético, sino que el 80% de las personas que padecen obesidad presentan una predisposición importante a sufrir las siguientes alteraciones: enfermedades cardiovasculares como hipertensión o dislipemias, resistencia a la insulina y diabetes tipo 2, deterioro cognitivo, alteraciones del sueño (incluida apnea del sueño), incontinencia urinaria, disfunción sexual, osteoartritis, cáncer y mayor prevalencia de caídas a partir de los 65 años de edad.
El riesgo de comorbilidad para estas personas es aún mayor cuando el sobrepeso ha convivido con el sujeto desde edades tempranas.
Es por todo esto que la obesidad es un problema y un reto para la sanidad, que no solo pasa por cambiar hábitos alimentarios, sino que debe abordarse de forma multifactorial, y comprender que es causa determinante de un importante número de patologías.
En el año 1996 se acuñó el término “obesidad sarcopénica”, que designa una condición en la que la persona tiene una cantidad de masa magra (o sea calidad muscular) reducida respecto a la cantidad de tejido graso. Es decir, existen personas que, debido al sedentarismo y a la mala calidad de la dieta, aunque poseen un IMC adecuado, o incluso bajo, poseen un porcentaje de grasa elevado debido a un deterioro excesivo de la masa muscular.
Esta condición ocurre cada vez más en personas jóvenes, pero es especialmente típica en mayores de 65 años.
La obesidad sarcopénica conlleva los mismos problemas que la acumulación excesiva de grasa, pero su diagnóstico es más difícil y socialmente se subestima su relevancia como problema de salud.
Se trata de un nuevo reto a asumir ya que ya existen más de 700 millones de habitantes en el mundo mayores de 65 años.
La obesidad es un problema multifactorial, y por lo tanto el abordaje también debe serlo.