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La piel, nuestro órgano olvidado


La piel es el órgano más extenso que poseemos, suponiendo aproximadamente el 16% del peso corporal de una persona. Por eso, y por la protección que nos aporta, es conveniente dedicar tiempo al cuidado de nuestra piel por dentro y por fuera.

Se localiza recubriendo nuestro cuerpo, sin embargo, es algo más simple que un envoltorio, ya que nos brinda protección frente a microorganismos, compuestos químicos y radiaciones solares y, además, gracias a que posee múltiples terminaciones nerviosas, transmite la información que capta del entorno. 

¿Cómo protegerla?

La piel está sometida diariamente a múltiples agresiones tanto de origen exógeno como endógeno. El sol, pese a ser necesario para la síntesis de vitamina D, indispensable para la buena salud ósea, es un fuente peligrosa de radiaciones no visibles, como los rayos UVA y UVB que tienen la capacidad de penetrar en la piel y pueden causar eritemas, quemaduras, etc. 

Las radiaciones más intensas son las producidas entre las diez de la mañana y las cuatro de la tarde, por lo que hay que intentar evitarla, especialmente, niños y ancianos. 

Aunque la piel produce melanina para defendernos de este tipo de radiaciones, solo con la protección natural no es suficiente. Es necesario el empleo de gafas, sombreros o gorras y ropa adecuada. Además es importante aplicar de forma generosa un filtro solar apropiado y repetir la aplicación del producto cada dos horas y después del baño si se produjera, poniendo especial interés en lunares y pecas. 

Es recomendable renovar los fotoprotectores todos los años ya que pierden sus cualidades. 

Por otro lado, tras la exposición a este tipo de radiaciones es muy recomendable reparar, calmar e hidratar la piel. Algunas plantas son conocidas por sus propiedades como el aloe vera, la manzanilla, la caléndula, el llantén, la milenrama y el propóleo. 

Cuídala también por dentro

A diario la piel también puede ser agredida por otro tipo de sustancias nocivas presentes como la contaminación ambiental y tóxicos endógenos, procedentes de una mala alimentación o el consumo de alcohol y tabaco. 

Podemos protegernos de los radicales libres que causan estos factores suplementando la dieta con nutrientes con capacidad antioxidante como los carotenos, presentes en algunas frutas y hortalizas (zanahoria), la vitamina C (fresas, naranjas, etc.) y vitamina E (aceites vegetales, germen de trigo y cereales). En las semillas y piel de las uvas negras se han encontrado potentes antioxidantes naturales como el resveratrol, antocianos, flavonoides y taninos. 

La astaxantina es otra sustancia con una elevada capacidad para anular o reducir los radicales libres localizados en diferentes entornos celulares. 

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